domingo, 13 de enero de 2008

La noche de la suerte.

Frente a las críticas recibidas de mis lectores (mis amigos, claro, un saludo para todos), que dudan de la veracidad de mis relatos (va por tí, Diego), les voy a contar una historia que si me la cuentan tampoco yo me creería.
Todo pasó un fin de semana de finales de noviembre de hace catorce años (me acuerdo porque había nacido mi sobrina, y yo iba a aprovechar el puente de principios de diciembre para ir a verla... claro que al final no pude). Nos fuimos cinco amigos a tomar una cerveza a Sanxenxo, y digo UNA cerveza, no tres ni diez, para que no penséis que veníamos ciegos, que os conozco, y a la vuelta nos jugamos a cara o cruz quién iba delante, en el asiento del copiloto. Yo pedí cara, y gané... vaya si gané. A los cinco minutos, tiramos con un 4L (Renault, para los que no lo sepan, una furgalla 4 latas de toda la vida) un poste de la luz, y nos pegamos contra un muro. Antes del choque sólo me dió tiempo a decir un taco (desmintiendo esa habladuría de que ante un peligro de muerte ves pasar toda tu vida por delante), cuando estábamos en dos ruedas hacia el otro carril, y antes del contravolante que nos puso en las otras dos ruedas para así poder darle bien al poste y arrancarlo de cuajo, para luego pegar contra el poste de piedra de un muro y rebotar un metro hacia atrás...
Después del golpe, que se supone que viene la calma, el cable que aguantaba el poste se desprendió, quedando a menos de un metro del capó del coche chispeando (eso sí es verdad en las pelis) que daba miedo (por no decir otra cosa), así que lo que se supone que iba a ser calma se convertió en una necesidad urgente y perentoria de abrir la puerta (sólo tenía dos), para sacar el culo del coche lo más rápido posible... problema: al estar abollada, la puerta estaba bloqueada y no abría. Solución: como el miedo te da fuerza sobrehumana, arranqué la puerta y al salir cogí el coche y lo aparté del peligro.... Ja! Ojalá. Lo que hice fue darle un golpe con el codo (me dolió durante más de un mes) y abrirla. Todo esto pasó en... yo que sé... 3 segundos?. Cuesta más contarlo que verlo.
Bien. Salgo del coche y veo que estamos los cinco fuera. Fantástico. Hemos tenido un accidente y nos hemos librado... que alegría, qué bien... pero en esto veo que mi cazadora vaquera está llena de sangre, y pongo las manos debajo de mi cara y se me empapan de mi propia sangre... Joder!, pienso, estás sangrando, para un coche... y así lo hago, me planto en mitad de la carretera haciendo el gesto internacional de petición de ayuda (agitando los brazos, vaya), y me para un coche. Me dice que me va a llevar al centro médico de Sanxenxo, que tranquilo que llegamos enseguida. Le doy las gracias y me siento en el coche intentando no dejar mucha sangre en el asiento, y en cinco minutos nos plantamos delante del centro médico. Bajamos los dos del coche y vamos hacia la puerta... cerrado. No puede ser, me dice el señor, vamos a llamar al timbre y seguro que nos abren enseguida... Vale... A los treinta segundos nos miramos el señor y yo a los ojos con incredulidad (imaginaros la escena, un hombre que iba tranquilamente a cenar a su casa, junto a un pobre piruleta sangrando como un cerdo, delante de una puerta que nunca se iba a abrir, mirándose a los ojos y preguntándose el uno "Coño!, y ahora qué hago yo con este chaval", y el otro "Coño!, y ahora qué va a hacer este señor conmigo"). Bueno, no pasa nada, me dice, aquí cerca hay una clínica privada. Subimos al coche, tiramos y llegamos. Esta vez, me dice que me quede en el coche por si no está abierta, con buen criterio, ya que está cerrada a cal y canto.
Cuando vuelve al coche me pregunta: Te llevo al Hospital o a la Residencia? A la Residencia, le digo (para los que no lo sepáis, eso está a quince kilómetros del sitio del accidente), total, entre el shock y la adrenalina no me duele nada (eso también es cierto), así que para allá vamos... recogemos en el sitio del accidente a dos de mis colegas, que tenían contusiones leves (un ojo hinchado cada uno), y tiramos hacia la Residencia. He de reconocer que en el camino me quedé un poco en blanco y no me acuerdo de casi nada, pero a partir de llegar a urgencias me acuerdo de todo...
Aparcamos frente a la puerta de urgencias, y en vez de recibirme un bedel normal, serio y profesional, me toca un tipo alto, con cara de retrasado (debía ser un enchufado de algún político de turno), que en vez de ponerme en una silla de ruedas ( a estas alturas la adrenalina y el shock ya no funcionaban, porque el codo "abrepuertas" y una rodilla me dolían un güevo), me coje por la mano (increíble, pero cierto) y, cojeando como iba, de la mano de aquel tipo impresentable, os juro que pensé que me había muerto y que esto era parte del sueño final antes de entrar en el infierno, porque aún hoy en día no me explico cómo semejante especimen puede trabajar en cualquier sitio... Los que me conocen no entenderán, salvo las condiciones extremas de dolor y, supongo, pérdida de sangre, cómo leches no le dije nada ni le partí la cabeza en ese momento, o por lo menos lo intenté. Yo tampoco me lo explico.
El hecho es que el fulano me mete cogido por la mano en urgencias, cojeando y mirándole a la cara con incredulidad, y va y me deja en un pequeño quirófano, con la luz APAGADA (os lo juro, increíble), y me deja allí sentado, a oscuras, sangrando, pensando que en otra vida debí de ser un crápula, flipando, hasta que un par de minutos más tarde una enfermera asoma su cabeza y dice Hola! y yo le digo (irónico): Sí! Estoy aquí!. Mientras al fulano le hechan una bronca que se oye en todo el hospital, una tromba de médicos y enfermeras entran, me sedan y me cosen durante más de una hora.
En resumen, los jueces que valoraban el choque eran 15, y todos me dieron un 10, o sea, 150 puntos en la cara, un codo y una rodilla contusionados, dos dientes rotos, dos semanas en la cama y seis trozos de cristal de parabrisas dentro de los párpados de los cuales aún tengo tres hoy en día... Tenía que haber pedido cruz. Ahora lo sé... Después de coserme, y ya que mis colegas de accidente me veían a la cara (yo estaba en una camilla)y estaban como compungidos y un poco acongojados (no es la palabra exacta, pero se parece y no la puedo escribir), estuve tranquilizándoles y contándoles chanzas para relajarlos, como quitándole hierro al asunto, sin saber realmente cómo tenía la cara... Lo que hace la anestesia y los analgésicos!. Sólo me dí cuenta de que estaba realmente horrible cuando, por fin, me dan el alta y voy hacia una cabina de teléfonos para llamar a mis padres y contarles la buena nueva. Como era de noche (2 y media o 3 de la mañana), había zonas a las que supuestamente no se podía ir, y la cabina era una de ellas. Cuando iba yo cojeando, el brazo en cabestrillo, cabizbajo, cosida toda la cara de tal manera que si parpadeaba se me abrían dos puntos, y si miraba al techo se me abrían diez, me aparece un guardia de seguridad que con voz autoritaria me dice: "No se puede pasar"... Yo hago un esfuerzo, subo la cara, y le digo: "Es que tengo que llamar por teléfono", y el tío, metro noventa, 95 kilos, se aparta de mi camino diciendo, claro, claro, acogotado (esta es más parecida, pero tampoco la voy a decir) al ver mi bonita face.
Llamo a casa... Ring! Ring!... Están dormidos, normal... Ring! Ring!... Diga?. Mi padre. Hola soy yo, le digo, Me cago en.... cómo llamas a estas horas?, no ves que estamos durmiendo... Ya, le atajo, es que te llamo desde la Residencia porque tuvimos un accidente... Después de un segundo de silencio, mi padre despierta y en otro tono de voz mucho más solícito, me dice, Que?... Te voy a buscar? Cómo estás?, atropellando un poco una frase con otra. No hace falta, le digo, ya me llevan ahora. Y media hora más tarde estaban los pobres esperando por mí, otra vez esperando a ver cómo llegaba su hijo de descalabrado esta vez.....
Bien. Como esto ya está quedando largo, las moralejas las contaré otro día.

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